jueves, 3 de mayo de 2007

El día que decidí cogerme una gorda


yo no estaba bien de salud. De hecho fueron muchas las negativas que le di a Cayetano para salir ese día a tomar alcohol en el maldito antro ese de La Mosca. Pero como el cuerpo pide, y uno es debil de voluntad cuando hay putas, perico y curda, entonces me lancé a la juerga nocturna pese a mi linda gripecita.

La gorda no es que era una mujer rellena. Ni siquiera con cauchos. Era una gorda en todo el gordo sentido de la gorda palabra. Una gorda de mierda, de esas que resoplan cuando hablan. Una gorda con cara bonita. Burda e gorda.

Inesperado. La amiga de la gorda, una morena flaca bien puta, me fichó al decirme que ella, su amiga, mi amigo y yo nos deberíamos ir de esa cagada. Para otro sitio… Y que su amiga, la “gordita”, pegaría bien con Cayetano.

Yeah Yeah Yeah. Rock’n’Roll Suicide. Nos montamos al carro y camino al hotel, la gorda me jaló la verga tiesa. Más rock. Bueno, ni tanto. Sonaba el maldito hombre melcocha franchute comunistoide ese de Manu Chao. El disco de los piticos programados y los samplers de radio Managua de mierda. Qué importa… mientras haya cuca podré escuchar cualquier cosa.

En el hotel hicimos la separación de cuerpos. El vómito subido al gañote por el olor a Lavansán. Qué importa… hay cuca. ¡Y AY COÑO! La morena puta se llevó a Cayetano pal cuarto y la gorda me agarró pa otro…

Plomo. Desvestí a la gorda, que no se movió de la cama. Juro por Dios y la Virgen de la Covacha, que su vulva era más grande que una chayota. “Gorda, abre las piernas”: lengua retorcida sobre el clítoris. Y luego la penetración. Una gorda coge mal. No se mueve. Se tira peos cuando se lo hundes mucho y de paso gime como si la estuvieras matando. Yeah Yeah Yeah… la gorda no se movió y yo forniqué explotado de sudor a Cuba Libre. La gorda abría los ojos y los ponía en blanco cuando le metías la mocha: ese momento en el que nos arrechamos con el sexo y en vez de decir: “ahhh”, se te sale un: “anda puta de mierda, ¿te gusta mi matraca?”.

Cayetano tocó a mi puerta para decirme que podíamos intercambiar. Negativo al procedimiento, sargento. El hombre es un animal de costumbre. Y esa gorda aguanta mis buenos golpes de pelvis sobre su barrigota. Capaz que la puta que está con él se pone a llorar cuando chupa prepucio. Coño, qué lindo es sentir que le estás haciendo daño rico a alguien. Y que lo disfruta. Porque a esa gorda no se la habían cogido nunca tan duro.

El día que decidí cogerme una gorda, lo hice bien depinga. Acabé en su ombligo. Se fue a bañar y yo me quedé tirado en ese catre hediondo, tiritando con la felicidad clásica que sobreviene a las buenas cogidas.

Aguacatico Dávila, ni más ni menos.

1 comentario:

Vienen De Ponerla dijo...

y NO se quejan, bajo ningún motivo, NO NO NO, nada les molesta, ni vos con todo eso arriba

saludos de argentina