lunes, 22 de octubre de 2007

EL CUENTO DEL PIOJO QUE SE PERDIÓ CAMINO AL KITAU


Un piojito bandolero de profunda chupada pasó un año sin cogerse a ninguna piojita, y un buen día decidió acabar con su abstinencia sexual yendo al Kitau. Todos sus amigos piojitos le habían contado que en ese sitio se pasaban las noches de lo lindo; y que al parecer las mejores cucarachas vendían sus bien moldeados cuerpos al módico precio de 180 bolívares fuertes. De hecho, una vez el piojito más aguerrido del grupo se cogió a una chiripita colombiana sin pagarle un coño. Su secreto: mostrarle las antenitas y brindarle un par de traguitos de sangre y una miguita de pan.
Pues nuestro piojito entonces estaba emocionado porque al fin iba a hacer el amor aunque sea por una hora. Hay que ver que ahora en las cabezas, entre tantas y enredadas cabelleras urbanas, ya no abundan las piojitas fáciles; y por eso el Kitau se había convertido en el sitio perfecto para remediarle tan lamentable condición a todos los parásitos.
Nuestro protagonista se bajó en Chacao y cruzó la avenida para caerle a la calle del Kitau, cuando de pronto se consiguió con una gran roncha en mitad de la vía. Quiso esquivarla, pero la cantidad de pus que ésta tenía hacía imposible el paso. Decidió pues regresarse una cuadra de pelos y meterse por la calle contraria.
Le parecía que la zona estaba más insegura que de costumbre, por lo que decidió llamar a su amigo Ignacio, otro piojito burdelero, a fin de corroborar la dirección y sentirse con más confianza.

-Chico, es que ando demasiado quesúo. Me vine pal Kitau pero por la calle en que se le entra hay una roncha inmensa. ¿Está bien que me le meta por la calle contraria?

-Bueno, sí, pero ten mosca con las moscas. Esa vaina es un basurero terrible. ¿No te acuerdas que por ahí hay una fábrica de caspa?

-Sí, ya me estoy fijando. Tengo las paticas blancas de tanto Pityrosporum Ovale. Pero qué coño hago, ¿le sigo o crees que me deba devolver?

-Nojoda, ya que estás ahí échale bolas. ¿Estás muy desesperado no? ¿Por qué no me llamaste, guevón?

-Verga, es que salí temprano de chupar y no se me ocurrió. Bueno vale, te llamo cualquier vaina.

-Jejejeje, dale. Me saludas a la pioja mocha y a Yuriday, la cucarachota esa del caparazón inmenso.

-Sí va Pedículus, te dejo porque la pila se me va a acabar.

-Váyalo.

El piojito comenzó a caminar la calle contraria al Kitau cuando de pronto divisó un par de sombras que le seguían. Apuró su seis paticas para llegar rápido al sitio, pero vio que las sombras se habían convertido en un par de moscas coños de madre que de inmediato lo amenazaron de muerte si no les daba la cartera.

-Coño, no me vayan a joder, se los pido. Soy un piojito pobre y ando buscando el Kitau porque quiero picar una vaina bien...

Las moscas arrugaron la cara y una de ellas empezó a limpiarse una ala.

-Bzzzzz... Esta no es la calle del Kitau; tú estás pelando bola por acá

-¿No? Coño mana, qué verga... ¿Y entonces dónde queda el Kitau?

-Igual no te vamos a decir, bzzzzz danos la cartera o te matamos, bzzzzzz.

-¡No vale mosca, mosca, perdónenme la vida!

-¡Cállate piojo e’mierda! ¡Bzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz!

El par de moscas enfilaron sus trompas al cuerpo del piojo y en un instante le quitaron toda la sangre del cuerpo. Luego de mirar a los lados con esos miles de ojos, las bichas alzaron vuelo y se perdieron en el horizonte.

El piojo, moribundo y con la mente nublada, llegó a tener un último pensamiento: “¿Y entonces dónde coño queda el Kitau?

Y cerró los ojos para siempre.

Antonio Aguacatico Arráiz

1 comentario:

Anónimo dijo...

Premio Nobel de literatura YA.